sábado, 14 de marzo de 2009

Play, stop, play

Un lápiz sobre el papel. Un acto tan simple pero trascendente si se aborda de una perspectiva mayor. La tinta humedeciendo la superficie, los signos emergiendo, el lenguaje configurándose, adquiriendo sentido, hasta que emerge la vida. Pero esa vida es ficción, y aún asi ¿que vida no es ficción? En las apreciaciones de lo real, construimos recuerdos, creamos pensamiento, reflexionamos, todo es permanente construcción, ficcionar lo real. Y asi, mientras la mano se apoyaba empuñando la superficie, Clodomiro hacia visible un nuevo mundo.
Comenzó a entender el misterio de las páginas en blanco, el azar de las desapariciones y encuentros, los espejos entre su vida y la historia tras los renglones. Finalizarla sólo seria otro acto de construcción como tantos antes. Su vida con Micaela fue un proceso de edificación. El amor emergía en cada beso húmedo, en cada abrazo, en cada caricia en los cabellos de ella. Y las palabras situaban ventanas o nuevas habitaciones donde transitar, era una vía hacia algo mayor. Y asi también un día, todo comenzó a desmoronarse hasta ser sólo cimientos derruidos.
Una página en blanco es un comienzo, es la primera piedra. Clodomiro una noche de sábado comprendió aquello. Recogió el libro de donde lo habia lanzado, revisó nuevamente sus páginas, y una vez que estuvo preparado, tomó un lapiz y comenzó a escribir. Mientras lo hacía, lo único que pudo pensar es: "Este es un nuevo comienzo".

miércoles, 6 de agosto de 2008

La mente

El sonido del teléfono lo despertó de improviso. Miró la hora, pero su único ojo entrabierto no logró distinguir los números. Al parecer era temprano ya que todo estaba a oscuras, pero era un relativo, puede que sólo estuviera nublado. Aún asi, el dia mismo no era alentador. Dejó que el teléfono siguiera sonando. Sabía muy bien quien era, y conocía de su insistencia cuando se lo proponia, pero no contestaría esta vez. Levantó el auricular, cortó y dejó el teléfono descolgado.

El agua mojaba sus cabellos, lo despertaba, ya volvía a la vida y sus pensamientos también. Ya no soñaba por las noches, tenía un tránsito pesado, de esos en blanco, sin recuerdos, sin movimiento. Al despertar cada dia, su cerebro se activaba en pensamientos únicos y reiterativos, y siempre rondaba la pregunta del porque de todo. Clodomiro creía que este día tampoco variaría en el desarrollo común de los días anteriores. Pero cuando terminó de ducharse, sintió un golpe en la puerta. Alguién llamaba y un estruendo en su éstomago presagiaba algo que temía.
Al abrir la puerta no encontró a nadie, sólo el vacio frente a una puerta sin nadie presente mas que él. Al cerrar se percató que en el piso había algo. Levantó un sobre cafe sin remitente, sólo decia "para Clodo". Al abrirlo vió que en su interior estaba el libro y un par de fotos extrañas de casas paparazeadas. Obviamente no hubo tiempo para pensar de inmediato, o quizás la existencia de todo un tiempo disponible, hizo que Clodomiro se abocara a la primera tarea que se le vino a la mente.
Al comenzar a revisar el libro, pudo percatarse de cosas extrañas. Si su mente no fallaba, era exactamente el mismo libro que el había tirado. En su desesperación por encontrarlo, Clodomiro había recordado cada sutil detalle de la edición. En cierta parte una hoja doblada distraidamente, una mancha en la tapa, la foto del autor desteñida e irreconocible. En realidad ahora comenzaba a darse cuenta de otras cosas; en ninguna parte aparecia nombre de autor, la foto estaba destruida, y la reseña de este daba demasiados pocos detalles.
Al correr de los minutos, la revisión revelaba mas misterios. El texto no tenia final, o sea, no es que no lo tuviera en si, pero las últimas páginas estaban en blanco. Este hecho enfureció a Clodomiro, quien lanzó lejos el libro. Era ver que su busqueda desde un inicio era parte de cajas chinas. Lo buscó para concluirlo, pero este no tenía fin. ¿Podría Clodomiro entender el sentido de este "regalo"?

A veces la furia nos ciega.

sábado, 2 de agosto de 2008

La desconfianza

Las semanas han transcurrido. Clodomiro compraba zapatos nuevos, por que los antiguos se habían gastado de tanto caminar. Los pocos ahorros que quedaban escaseaban. Habían sido dias ofrendados por completo a su tarea personal, y bueno, las esperanzas ya eran pocas. Libreria por libreria, tienda por tienda, casas de antiguedades, ferias libres, en ningun lado conocían el texto.
¿Podré desvariar tanto? ¿Puede que todo sea parte de mi mente? no daba más de pensamientos el pobre Clodomiro.
¿Es posible que algo exista realmente siendo uno el único ser que posiblemente conozca de su existencia? Es verdad, el mundo "real" sólo es real desde el punto de vista de como lo percibimos. La realidad es una apreciación, y ahi el miedo a la locura, a no saber si todo se construye dentro de un hueso hueco. Clodomiro era muy conciente de aquello, del temor a la ficción. Y ya no solamente era encontrar el texto en si, como una obsesión personal, sino tambien sentir que la cordura aún era parte de su mundo. Y la red se extendía, porque esta posible locura podría provenir del dolor, del abandono del amor. Micaela me dejo, "creo" un libro en mi mente, lo dejo, quizas por desdén, ahora lo busco, pero ya no existe mas que en mi mente, como en el inicio del adios.
Clodomiro esta cansado, derrotado, agotado mentalmente, y cuasi empobrecido. Llega a casa, se sienta frente a la ventana, mira el cielo, la nube recorriendo los espacios en blanco, siente el silencio de la tarde, susurros de viento, el cuadrado de cristal que refleja su mirada perdida. Suena el teléfono, a duras penas contesta:

- Clodo, soy yo, Micaela. Necesito verte.

Clodomiro corta. Ya no cree en su mente.

sábado, 7 de junio de 2008

Los trozos del ayer

Ya habían pasado varios días de busqueda infructuosa. Según una visión pesimista de los hechos, toda busqueda es infructuosa, ya que las cosas llegan solas a nosotros, y asimismo nos dejan. Este pensamiento rondaba una y otra vez sobre la cabeza de Clodomiro. ¿Como podemos apresar lo que amamos, el objeto de nuestros deseos? Desde un sutil pensamiento hasta un cuerpo en concreto. Todo era aire, todo se desvanecía por completo. No importaba lo que fuera: agua, arena, metal, carne, huesos, corazón, mente, sentimientos, amor y odio; todo iba y venía.
Clodomiro odiaba las despedidas (no crean que el odiaba todo lo existente en este mundo; era más la actitud del desdén). Y con el dolor de la partida, recordaba los errores del pasado. Las culpas son siempre compartidas, pero él solía culparse de los acontecimientos; si había perdido el libro, fue porque el lo lanzó al tacho de la basura, nadie lo obligó a hacer aquello. Ahora que ya no lo tenía añoraba su composición, la textura de tapa, el grosor de sus hojas, las letras en parte desteñidas, el estilo con que se desarrollaba el texto, las metáforas que antes había aborrecido ahora se le hacían con un total sentido. ¿Porque lo abandone? solía decirse.
Pero había algo que Clodomiro no había advertido. Ahora en su mente el único pensamiento era la historia de Marie y Pompadour. Había olvidado a Micaela, olvidado el porque ella lo abandonó a su suerte, olvidado poco a poco los momentos vividos. Pero todo esto no era mas que una ilusión de su mente; tal vez quería proyectar en el posible futuro de ellos, lo que él hubiera deseado para él. Pero bastaría que Micaela volviera, para que todo su mundo volviera a ser un presente, frankestiniano, mounstruoso, reconstruido con los trozos de un ayer de desamor.

miércoles, 21 de mayo de 2008

De ida y vuelta sobre un pensamiento (y un libro)

Clodomiro ahora tenía tiempo, y mientras caminaba distraído, pensaba que hacer con el. Bueno, en realidad tenía muchas cosas en la cabeza, como el porque de haber comprado ese libro, el porque de haberse perdido en un parque y haberse sentado a leer como si el tiempo no existiera. Pero ahora que el tiempo volvía a su vida, recomenzaban sus pensamientos, sus divagaciones. En realidad, todo aquello había sido un simple acto de evasión, una pequeña válvula de escape a los problemas que lo aquejaban. El libro en el basurero, y su vida retomaba el sendero desviado.
Avanzaba por las calles semivacías, y la lluvia comenzaba a humedecer sus ropas, mientras pequeñas gotas frias se depositaban en su cabello para luego bajar por su rostro. Clodomiro quería estar lejos de casa, en realidad no quería estar en ningun lugar puntual, quería evadir la pena de su corazón. Tal vez por eso tiró el libro; le deprimían las historias inconclusas, esos amores tortuosos de novela, los amores trágicos de filmes, los amores destinados al error en las teleseries. Todos necesitamos alegría en nuestras vidas, y no sumarle penurias. Pero Clodomiro cometió un error tan ridículo como cierto: las historias no se terminan cuando cerramos el libro, sino cuando dice Fin, y obviamente la historia de Marie no estaba aún concluida.
"Alto!!" eso es pensó Clodomiro. Volvió sus pasos al lugar donde había tirado el libro, pero este ya no estaba ahí, y ahora sólo podía retener el nombre de él: "Grandes historias, para momentos pequeños".

domingo, 20 de enero de 2008

Un descanso en el parque

Clodomiro estaba sentado en una banca común de cualquier parque aun más común. Clodomiro leía concentrado un libro. Clodomiro dice “basta” y cierra sus páginas. Clodomiro se aburrió de su libro. Se aburrió de Mary y su inocencia. De los observadores anónimos. De Pompadour y su ceguera mental. De un perro con nombre ilustrado y más personalidad y carisma que los protagonistas.
Tomó el mamotreto recién iniciado y lo lanzó al tacho de la basura. Se levantó y se fue a caminar por la ciudad. Clodomiro ahora nuevamente tiene tiempo libre.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

El día en el piso de Pompadour

Miró por la ventana y estaba allí, observándolo con esa mirada que ya se había vuelto cotidiana. Pero son paradojas de la realidad; "ver para creer" planteaba Santo Tomás, pero ahora a Pompadour no le bastaba. La vio allí día tras día, convirtiéndose en una perfecta realidad, en una perfecta ilusión, pero el observar aquel cuarto vacío, aquellas ventanas abiertas hacia el infinito, fueron suficiente razón para cuestionar todo. El correr presuroso a casa, el observarla nuevamente desde su ventana no ayudó a mitigar su desazón. Y así, decidió tirarse en el piso, y observar el cielo raso de su habitación.
Diderot se acercó lentamente y se recostó a su lado, con aquella parsimonia habitual, y así, los dos echados sobre la alfombra, comenzaron a divagar acerca de sus existencias. Pompadour con los ojos bien abiertos, se centró en punto especial del techo, y de pronto aquel se fue abriendo hasta dejar ver el cielo. Su mirada se concentraba en aquellas nubes que se deslizaban plácidamente. El sobrevuelo de pájaros le entregaba paz, asi como el poder sentir la brisa tocándole el rostro. Luego de unos instantes de observación giró su cabeza y miró alrededor. Diderot estaba echado en la hierba, con su abdomen contrayéndose por la respiración. Al volver a mirar el techo-cielo, divisó a lo lejos una figura que se deslizaba hacía él. Cada vez más cerca, sobrevolando el cielo en un vuelo zigzagueante. Al fin, luego de unos segundos, logró descubrir que era ella, y que lo miraba con detención, como buscando una respuesta de su boca, pero al final sólo terminó por esfumarse en el aire, y nuevamente las nubes ocuparon su lugar.
Quizás cuantas horas estuvo en el piso pensando en la visita al departamento del frente, en la visión de cielos nublados, en su soledad que casi sería completa sino fuera por el sabio de Diderot, pero aun asi, estas no fueron las suficientes para que el hambre hiciera mella en la humanidad de Pompadour. Fue ahi cuando abrío verdaderamente sus ojos y se dijo a si mismo con actitud determinada: "Necesito un pan con queso".