sábado, 7 de junio de 2008

Los trozos del ayer

Ya habían pasado varios días de busqueda infructuosa. Según una visión pesimista de los hechos, toda busqueda es infructuosa, ya que las cosas llegan solas a nosotros, y asimismo nos dejan. Este pensamiento rondaba una y otra vez sobre la cabeza de Clodomiro. ¿Como podemos apresar lo que amamos, el objeto de nuestros deseos? Desde un sutil pensamiento hasta un cuerpo en concreto. Todo era aire, todo se desvanecía por completo. No importaba lo que fuera: agua, arena, metal, carne, huesos, corazón, mente, sentimientos, amor y odio; todo iba y venía.
Clodomiro odiaba las despedidas (no crean que el odiaba todo lo existente en este mundo; era más la actitud del desdén). Y con el dolor de la partida, recordaba los errores del pasado. Las culpas son siempre compartidas, pero él solía culparse de los acontecimientos; si había perdido el libro, fue porque el lo lanzó al tacho de la basura, nadie lo obligó a hacer aquello. Ahora que ya no lo tenía añoraba su composición, la textura de tapa, el grosor de sus hojas, las letras en parte desteñidas, el estilo con que se desarrollaba el texto, las metáforas que antes había aborrecido ahora se le hacían con un total sentido. ¿Porque lo abandone? solía decirse.
Pero había algo que Clodomiro no había advertido. Ahora en su mente el único pensamiento era la historia de Marie y Pompadour. Había olvidado a Micaela, olvidado el porque ella lo abandonó a su suerte, olvidado poco a poco los momentos vividos. Pero todo esto no era mas que una ilusión de su mente; tal vez quería proyectar en el posible futuro de ellos, lo que él hubiera deseado para él. Pero bastaría que Micaela volviera, para que todo su mundo volviera a ser un presente, frankestiniano, mounstruoso, reconstruido con los trozos de un ayer de desamor.