miércoles, 6 de agosto de 2008

La mente

El sonido del teléfono lo despertó de improviso. Miró la hora, pero su único ojo entrabierto no logró distinguir los números. Al parecer era temprano ya que todo estaba a oscuras, pero era un relativo, puede que sólo estuviera nublado. Aún asi, el dia mismo no era alentador. Dejó que el teléfono siguiera sonando. Sabía muy bien quien era, y conocía de su insistencia cuando se lo proponia, pero no contestaría esta vez. Levantó el auricular, cortó y dejó el teléfono descolgado.

El agua mojaba sus cabellos, lo despertaba, ya volvía a la vida y sus pensamientos también. Ya no soñaba por las noches, tenía un tránsito pesado, de esos en blanco, sin recuerdos, sin movimiento. Al despertar cada dia, su cerebro se activaba en pensamientos únicos y reiterativos, y siempre rondaba la pregunta del porque de todo. Clodomiro creía que este día tampoco variaría en el desarrollo común de los días anteriores. Pero cuando terminó de ducharse, sintió un golpe en la puerta. Alguién llamaba y un estruendo en su éstomago presagiaba algo que temía.
Al abrir la puerta no encontró a nadie, sólo el vacio frente a una puerta sin nadie presente mas que él. Al cerrar se percató que en el piso había algo. Levantó un sobre cafe sin remitente, sólo decia "para Clodo". Al abrirlo vió que en su interior estaba el libro y un par de fotos extrañas de casas paparazeadas. Obviamente no hubo tiempo para pensar de inmediato, o quizás la existencia de todo un tiempo disponible, hizo que Clodomiro se abocara a la primera tarea que se le vino a la mente.
Al comenzar a revisar el libro, pudo percatarse de cosas extrañas. Si su mente no fallaba, era exactamente el mismo libro que el había tirado. En su desesperación por encontrarlo, Clodomiro había recordado cada sutil detalle de la edición. En cierta parte una hoja doblada distraidamente, una mancha en la tapa, la foto del autor desteñida e irreconocible. En realidad ahora comenzaba a darse cuenta de otras cosas; en ninguna parte aparecia nombre de autor, la foto estaba destruida, y la reseña de este daba demasiados pocos detalles.
Al correr de los minutos, la revisión revelaba mas misterios. El texto no tenia final, o sea, no es que no lo tuviera en si, pero las últimas páginas estaban en blanco. Este hecho enfureció a Clodomiro, quien lanzó lejos el libro. Era ver que su busqueda desde un inicio era parte de cajas chinas. Lo buscó para concluirlo, pero este no tenía fin. ¿Podría Clodomiro entender el sentido de este "regalo"?

A veces la furia nos ciega.

sábado, 2 de agosto de 2008

La desconfianza

Las semanas han transcurrido. Clodomiro compraba zapatos nuevos, por que los antiguos se habían gastado de tanto caminar. Los pocos ahorros que quedaban escaseaban. Habían sido dias ofrendados por completo a su tarea personal, y bueno, las esperanzas ya eran pocas. Libreria por libreria, tienda por tienda, casas de antiguedades, ferias libres, en ningun lado conocían el texto.
¿Podré desvariar tanto? ¿Puede que todo sea parte de mi mente? no daba más de pensamientos el pobre Clodomiro.
¿Es posible que algo exista realmente siendo uno el único ser que posiblemente conozca de su existencia? Es verdad, el mundo "real" sólo es real desde el punto de vista de como lo percibimos. La realidad es una apreciación, y ahi el miedo a la locura, a no saber si todo se construye dentro de un hueso hueco. Clodomiro era muy conciente de aquello, del temor a la ficción. Y ya no solamente era encontrar el texto en si, como una obsesión personal, sino tambien sentir que la cordura aún era parte de su mundo. Y la red se extendía, porque esta posible locura podría provenir del dolor, del abandono del amor. Micaela me dejo, "creo" un libro en mi mente, lo dejo, quizas por desdén, ahora lo busco, pero ya no existe mas que en mi mente, como en el inicio del adios.
Clodomiro esta cansado, derrotado, agotado mentalmente, y cuasi empobrecido. Llega a casa, se sienta frente a la ventana, mira el cielo, la nube recorriendo los espacios en blanco, siente el silencio de la tarde, susurros de viento, el cuadrado de cristal que refleja su mirada perdida. Suena el teléfono, a duras penas contesta:

- Clodo, soy yo, Micaela. Necesito verte.

Clodomiro corta. Ya no cree en su mente.