sábado, 3 de noviembre de 2007

La cita

Pompadour estaba abatido, aún no podía comprender el porque de todo, aunque mirándolo desde fuera se traduce en una sola palabra: locura. ¿Sería tal vez aquella la conexión con Mary?. Luego de semanas de observación desde su ventana, de intercambios de miradas, de gestos, de sensaciones a la distancia, él decidió salir de su habitación y dirigirse al edificio de al frente. Era un gran paso para lograr superar sus miedos, y en cierto modo, ella le daba la excusa perfecta. Ordenó su vestimenta y quiso pulir sus zapatos. Se miró al espejo y vio su rostro perfectamente afeitado, luego tomó un peine y arregló sus cabellos. Algo de perfume no vendría mal, y con eso estaba casi todo en regla para presentarse de la mejor forma.
Decidió dejar durmiendo a Diderot y se aprestó a salir de casa. La puerta ya con llave y sus pies afuera. Eran muy pocos metros entre los dos edificios, sólo una calle de separación, pero desde ese lugar la habitación de ella se notaba algo diferente. Cosas de perspectiva habrá pensado Pompadour; 123 pasos y llegó a la puerta del otro edificio. Pudo entrar con facilidad y luego subir las escaleras. Su ritmo era pausado, no coincidente con los nervios que le carcomían las entrañas. Al fin la puerta de ella. Con su mano empuñada decidió dar un pequeño golpecito, y la puerta se abrió extrañamente. Al entrar comprendió poco y nada. Eran cuartos vacios, paredes de un blanco sepulcral, no habían muebles de ningún tipo, solamente ventanas abiertas de par en par. No se atrevió a hablar, sólo a correr por las escaleras y llegar rápidamente a casa. Al entrar, Diderot salió a recibirlo, pero él deseaba atar los cabos sueltos. Al mirar por la ventana, volvió a verla, y estaba justo ahi, mirándolo de frente, pero en realidad ella no existía mas que en la mente de él. Ella era la construcción de su soledad, y en ese instante, cuando logró entender en parte lo que ocurría, se tiró al piso y se quedo ahí todo el día.